Daniel Ek, cofundador y CEO de Spotify, ha dado un giro inesperado a su perfil de inversor tecnológico al liderar una ronda de financiación de 600 millones de euros en Helsing, una empresa alemana dedicada al desarrollo de drones y sistemas de defensa basados en inteligencia artificial, que ya abastecen a Ucrania y otros gobiernos europeos. Esta operación, canalizada a través de su fondo Prima Materia, eleva la valoración de Helsing a 12.000 millones de euros y la posiciona entre las startups tecnológicas privadas más valiosas de Europa.
Consecuencias para la industria musical
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La noticia ha generado reacciones encontradas en el sector musical y tecnológico. Por un lado, Ek defiende que la inversión responde a la necesidad europea de fortalecer su autonomía en defensa en un contexto de creciente inestabilidad global, subrayando que “el futuro de la defensa está impulsado por la IA, la escala y la autonomía”. Sin embargo, parte de la comunidad artística y de usuarios de Spotify ve con preocupación que los beneficios generados por el esfuerzo creativo de millones de músicos terminen financiando tecnología militar.
En un momento en que la industria musical afronta debates sobre la remuneración justa a los artistas y la transparencia de las plataformas de streaming, el hecho de que el máximo responsable de Spotify destine cientos de millones a la industria armamentística añade una capa de controversia ética y reputacional. Ya tras su primera inversión en Helsing en 2021, Ek recibió críticas y llamadas al boicot de Spotify por parte de usuarios y artistas, una reacción que previsiblemente se intensificará tras esta nueva inyección de capital.
¿Qué materiales ha comprado Helsing con la inversión?
La inversión de Ek permitirá a Helsing escalar la producción del dron HX-2, un vehículo aéreo no tripulado con alcance de 80 kilómetros, capaz de operar en enjambres y destruir vehículos blindados. El HX-2 está diseñado para desplegarse masivamente en fronteras y servir como escudo defensivo ante invasiones terrestres. Además, Helsing ha anunciado el desarrollo de una flota de submarinos de vigilancia no tripulados y ha probado su sistema de combate aéreo basado en IA en cazas Saab, integrando pilotos automáticos avanzados en aviones de combate existentes y futuros.
La empresa también ha firmado contratos con los gobiernos de Alemania, Reino Unido y Suecia, y ya ha entregado miles de drones a Ucrania, donde sus sistemas han sido utilizados en combate real. Helsing prevé fabricar decenas de miles de drones HX-2 al año, y destaca que sus costes serán inferiores a los de sistemas comparables, aumentando así la capacidad de disuasión militar europea
Paradoja: el esfuerzo creativo, en manos de intereses ajenos
Este movimiento de Ek no es un caso aislado. La creciente concentración de poder en la industria musical por parte de fondos de inversión y grandes conglomerados está desplazando el control de los artistas sobre su trabajo. Un ejemplo paradigmático es la reciente adquisición de Superstruct Entertainment, el segundo mayor promotor mundial de festivales, por parte del fondo KKR por 1.300 millones de euros. Superstruct controla más de 80 festivales globales, incluyendo Sónar, Viña Rock, Resurrection Fest y Boiler Room, y su expansión ha sido especialmente intensa en España, donde ya domina más de 30 macroeventos.
Ambas operaciones reflejan una tendencia preocupante: los beneficios generados por la música y la cultura acaban en manos de fondos y magnates cuyo interés principal es el retorno financiero, no el desarrollo artístico ni el bienestar de los creadores. Mientras los músicos luchan por condiciones más justas, los gigantes del sector canalizan sus recursos hacia industrias tan alejadas del arte como la defensa militar o la especulación financiera.
Un dilema ético para la música electrónica y los festivales
La música electrónica y los festivales, tradicionalmente espacios de innovación, diversidad y comunidad, se ven ahora condicionados por la lógica de grandes fondos cuyo objetivo es maximizar beneficios y diversificar riesgos, incluso en sectores tan controvertidos como el armamentístico. La adquisición de Boiler Room por parte de Superstruct, por ejemplo, muestra cómo la cultura underground es absorbida por conglomerados que responden a intereses ajenos a la escena.
El paralelismo entre la inversión de Ek en drones militares y la compra de Superstruct por KKR es claro: el esfuerzo y la creatividad de los artistas, DJs y productores acaban generando riqueza que fluye hacia estructuras de poder cada vez más alejadas del espíritu original de la música y los festivales. El riesgo es que la industria musical se convierta en una mera herramienta de rentabilidad para fondos que, como en el caso de Ek, pueden destinar esos recursos a fines tan polémicos como la tecnología militar.
La deriva del capital artístico
La inversión de Daniel Ek en Helsing y la consolidación de Superstruct bajo el paraguas de KKR marcan un punto de inflexión en la relación entre música, tecnología y capital. El debate sobre el destino de los beneficios generados por la música está más vivo que nunca: ¿deben servir para financiar la innovación artística y el desarrollo de los creadores, o pueden legítimamente acabar en industrias tan alejadas —y controvertidas— como la defensa militar? La respuesta, y las consecuencias para el futuro de la música electrónica y los festivales, están aún por escribirse.