Barcelona, octubre de 2025 — Hay finales que no se anuncian con estridencia, pero dejan una huella profunda. La noticia de la desvinculación definitiva de Enric Palau, Ricard Robles y Sergio Caballero del festival Sónar ha caído en la escena barcelonesa como una especie de silencio compartido: un cierre de ciclo que se intuía inevitable, pero que aún así cuesta asumir.
Durante más de treinta años, el trío que ideó aquel “Festival Internacional de Música Avanzada y Arte Multimedia” convirtió a Barcelona en una capital mundial de la cultura electrónica. Desde su primera edición en 1994 —cuando el techno y el arte digital todavía eran territorio de minorías—, Sónar trazó una narrativa propia: la de una ciudad que apostaba por la innovación, la experimentación y la mezcla entre música, tecnología y pensamiento contemporáneo.
De los sótanos al mapa mundial
Lo que comenzó como una propuesta casi artesanal en el CCCB y el MACBA creció hasta convertirse en uno de los festivales más influyentes del planeta. En sus escenarios se cruzaron pioneros y visionarios: de Aphex Twin a Laurent Garnier, de Massive Attack a Rosalía, de Kraftwerk a Arca. El Sónar de Día se consolidó como espacio de descubrimiento y el Sónar de Noche como su espejo hedonista.

En 2013, el nacimiento de Sónar+D amplió su alcance más allá de la música: laboratorios de inteligencia artificial, instalaciones inmersivas y diálogos entre arte y ciencia posicionaron al festival como un referente global en innovación cultural. Y desde 2002, su expansión internacional —con ediciones en Reikiavik, Hong Kong, Buenos Aires o Estambul— convirtió el modelo Sónar en un sello exportable de creatividad y modernidad.
El relevo y la herencia
Con la salida de sus fundadores, Sónar entra en una nueva fase bajo el control completo del grupo Superstruct Entertainment, propiedad del fondo de inversión KKR, y con François Jozic —creador de Brunch Elektronic— como nuevo director general. Es un cambio que se produce en un contexto delicado: la polémica por las inversiones del grupo en territorios ocupados provocó un boicot de artistas y un debate sobre la ética empresarial en la cultura electrónica.
Los fundadores, que en su comunicado agradecieron al público y al equipo el recorrido compartido, se alejan de un proyecto que ya pertenece a otra escala. Su legado, sin embargo, permanece inscrito en la historia reciente de la ciudad: en cada DJ que descubrió su vocación en un Sónar de Día, en cada instalación que hizo repensar la relación entre sonido y espacio, en cada madrugada donde lo digital y lo humano se confundieron en una misma frecuencia.

Un vacío simbólico
Sónar seguirá, y seguramente con éxito. Pero el adiós de Palau, Robles y Caballero marca el fin de una época en la que la creatividad y la intuición guiaban un proyecto cultural desde dentro de la propia ciudad. Su marcha deja en el aire una pregunta que resuena entre quienes vivieron sus primeras ediciones:
¿Puede un festival nacido del espíritu artístico seguir siéndolo cuando su alma fundadora se desvincula del todo?
Barcelona, que tantas veces se ha mirado en el espejo de Sónar, también tendrá que responderla.